miércoles, 2 de septiembre de 2015
30/03/10
la calle 27 esta cortada
el colectivo acaba de frenar
una vieja se dio con uno de esos asientos plásticos al costado de la columna y
después con otro. Nadie dijo nada. Ella se levanto y recién ahí le preguntaron,
dos veces seguidas, si se encuentra bien. Si -dice- y mira al chofer de nuevo.
-Si- y vuelve a mirar con un poco mas de odio al chofer.
El colectivo pasa al ras del cordon
Porque, además, media calzada (la mitad de la calle) está rota, con vallas, en “reparacion”
La gente tiene que dar una paso atrás para no ser arrastrada por la bestia que pasa rápido, inclemente.
De pronto se detiene. Nunca estuve flotando tan cerca de la cabeza de alguien. Observo al viejo de afuera; su calvicie, su diálogo, su mugre. De repente el me siente, se detiene, y me clava la mirada. Yo me deslizo hasta su prójimo y no vuelvo a mirarlo nunca mas.
Sube mas gente y también un terrible hedor a mierda de caballo. Se me tuerce el gesto. Intento distraerme y me encuentro con un adolescente sonriendo; sus dientes son amarillos y pienso que todo el olor feo del mundo proviene de ahí.
Mi ventanilla esta abierta de par en par, es ámplia y me siento bien con ella.
En la plaza, uno de los tantos San Martín, sigue tieso en su caballo señalando algo y nadie le presta atención.
Un niño, en un coche, va con una pistola láser alumbrando lo que se le cruza. Un gordo lleno de botellas se le para al lado y espara para cruzar la calle, el láser toca sus plásticos.
Mas atrás una vieja es arrastrada, en una silla de ruedas, por ejemplares de su misma especie que aún pueden caminar. No sé que estará pensando, no se como se sentirá adentro de ese cuerpo. Parece su voluntad endurecida, como cuando al despertarnos del sueño no podemos movernos, y nos sentimos presos, agotados. Su pie caído bajo la apyadera , su rostro fijo mirando hacia abajo. Y la otra vieja que la va toqueteando, despreocupadamente, mientras habla con su compinche que esta de pie, indecente.
El colectivo arranca. Un maleducado empuja su ventanilla, cerrando la mía; me quita plenitud y no le digo nada, ni siquiera, que acabamos de dejar atrás a un hombre henchido, con una biblia zaparrastrosa en la mano, hablando en contra de las drogas con tal pasión, que se me ocurre que está loco.
El enfermero que está al lado mio mira la agenda en que escribo, luego se me hecha encima y saluda a dos jóvenes que están abajo del colectivo alejándose en su quietud. El enfermero se va. Viene una rubia, tiene una curricula en la mano, tal vez quiera saber quien soy, me mira. la veo verme sin mirar. escribo. vos lees.
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