viernes, 28 de febrero de 2020

Óptica

Suspiros de novedad
se cruzan con sensaciones de recuerdos.
Atardeceres arrebolados
danzan con la música infinita de bandadas de pájaros.
El tiempo, siento, se detiene por un rato
y puedo ver la vida sonreír en el vacío de lo incierto.
Así como en una caja de sorpresas,
me reconozco caminando en mi cuerpo,
mi propio hogar.
Brotan colores de arco iris,
por mis ojos iridiscentes.

Nubes

Días de algodones de azúcar mentales.
Cierro los párpados,
delineantes de una visión,
y, repentinamente,
grises formas de nebulosa difuminada
oscurecen mi ser.

Palabras, sensaciones,
imágenes plasmadas como una estaca
obnubilando la luz reciente de mi ser.

Velos tejiendo sombras,
como arañas venenosas
retorciendo la desidia incontrolable
de un alma perdida.

Distintos nombres
distintos cuerpos
la misma impronta de miedo y desamor,
revoloteando como gaviotas tristes en derredor.

Y, de repente,
empiezo a jugar alegremente con ellas;
creo figuras de colores sosteniéndolas con las manos,
esparciéndolas.

Hasta  reímos juntas, y el tedio se abandona en el abismo de lo inmenso,
y un rayo de sol reaparece entre el celeste de un entrecejo claro.
Abro los ojos y abro el corazón,
me dejo invadir por las flores de canto y esperanza,
y ahora, sin ese amargo sabor de estremecimiento,
vuelvo a cerrar los dulces párpados de miel
viéndolo todo tan bello.