(para una llama)
Ella esperaba que llegara ese día en el que el destino le
llevara un ser de otro mundo a su habitación. Esperaba pero sin ansias,
sabiendo que el futuro ya es el presente y que más allá de sus acciones y
deseos, alguna especie de sobrenaturalidad extravagante estaría mirándola y
decidiendo lo que serían los detalles de su paso por la existencia.
La existencia se tornó solitaria, ella comenzó a
inspeccionar a ese ser de otro mundo, entendiendo que los mundos son millones y
todos pueden ser posibles en cada momento. Mirando por la ventana, el atardecer se estremecía. Los últimos rayos
alumbrantes del sol dejaban su dorado en las nubes, que lentamente se iban
flotando a encontrar el mar en el universo, como aquella tarde en Guacama,
entre olas rosas y saltos con guitarras vibrando hasta la eternidad.
Los recuerdos iban pasando uno a uno por su mente, algunos
quedaban en su corazón. Otros, simplemente se figuraban como imágenes difusas,
difíciles de recordar. De repente, como
si nada, una guitarra comenzó a sonar.
Era lejana y tranquila, como venida desde los cerros
colorados. Como venida directamente de un lugar sagrado, mágico y ancestral. De
repente, como si nada, sintió que podía trasladarse de ese lugar, moverse,
respirar el aire de la montaña y los yuyos en el atardecer del otoño, luego de
la lluvia. Ella, que sufría una inmensa pena de nostalgia, se sumergió en el
sonido de esa guitarra, que como un rayo de luz se inmiscuía en su cara,
acariciándola y tele transportándola.
Los atardeceres se le figuraban todos iguales, pero
distintos. Desde una ventana inmensa, disfrutaba de mirarlos, de ver al sol
irse, entre las ramas de los árboles. Cuando esa estrella iluminadora esté en
otra parte del cosmos, su cielo ya se
iría tiñendo de blanco, celeste claro, dejando despacito entrar la noche azul,
repleta de brillos y sueños, enigmas. Algunas aves a lo lejos se despedirán del
día que acaba de partir, para no volver nunca, o para volver siempre, día tras
día.
Los momentos son sólo momentos, que pasan. Cuánto le costaba
entender esa idea, cada sentimiento de cada momento. Cada ilusión y sensación
particular, que se está cayendo al vacío para no volver nunca, para retener un
poco la inmediatez del tiempo, y fantasear con un futuro que no existe, que
nunca existió más que en la imaginación de la mente.
Por un instante, queriendo concentrarse en algo que ya no
podía ni pensar, como un rayo iluminador traspasó por su cabeza un pensamiento
de amor. ¿Que sería el amor, sino un aprendizaje?
Dejando de lado toda idea de posterior efecto o anhelo,
sintió a su corazón. Era suyo y era de la tierra, latiendo al mismo ritmo. Esas
imágenes que cada vez más se borraban tenuemente se fundían con los recuerdos
del cuerpo y del alma. Recuerdos puros, sinceros, distantes pero recientes.
Ella sabía que el tiempo curaría todas las heridas, como un vidente que puede
adivinar el futuro, intuía en lo más hondo de su pecho que el pasar de los
soles y las lunas se llevarían consigo todas las penas de amor, todos los
recuerdos acechan tes que no la dejaban seguir con el hacer cotidiano, las
obligaciones del ser una mujer en un mundo rotatorio y fugaz. Esa hostilidad le
corroía hasta los huesos, sobre todo cuando pensaba en el amor, y su destiempo.
Lo que fluiría sería una obra del destino, como lo que ya había sucedido y
tanto le había costado aprender y re-aprender continuamente. Esa tarde, ella ya
no quería sentir temor, no quería sentir enojos, ni pensamientos agrios hacia el ser que la
había traicionado, se había ido sin decir adiós, ni siquiera, y había creado un
mundo para su tristeza. Ella lo había querido sacar, lo quería sacar y no
podía. Pensó en trasmutar, en amar. Cada momento que con él había compartido,
cada minúscula sensación de un amor de otra vida, fuera de toda imaginación y
fuera de toda coraza y pensamiento, ella lo había amado, y lo amaba, amaba sus
ojos, por más que sabía que nunca más los volvería a mirar. Lo extrañaba, lo
necesitaba, pero ya no era momento para seguir sufriendo, sonrío y en un
centelleo de estrellas cerró los ojos y trato de olvidar el envase y recordar la embriaguez pura de un
corazón sincero, que se atrevió a correr el riesgo de romperse por una ilusión
y que como todo riesgo, le dejó un gran aprendizaje y una gran herida.
María cerró los ojos y sintió que con los ojos cerrados se
veía mejor. Pudo contemplar el universo entero, las partículas de luz, flotando,
por el cosmos entero, ya no había tiempo en ese lugar, ya no existía la
historia de la humanidad. Sólo el sonido de la oscuridad y la luz del espacio
estelar.
Un largo rato, se detuvo a contemplar con los parpados hacia
abajo, con el sentir de un ciego, profundo y misterioso.
Al abrirlos, penetró en el brillante color del atardecer
pintado ante sí, el fucsia del sol, entre nubes naranjas y amarillas, detrás
parecía verse un mar eterno, que lindaba con algún otro planeta, mientras miles
de bandadas de pájaros se teñían de atardecer. Las olas en la orilla rompían
suaves, la espuma se pintaba de rosa, y una sensación de alivio y frescura
invadía su alma.
Realmente, le era indiferente ya, saber si esa imagen era un
sueño, una fantasía, o una ilusión. Era lo que era, y era bello.
De repente, una sensación parecida a la serenidad, le
invadía, como si ya no importara la
liviandad de la existencia. Se quedó acostada, y siguió contemplando, que era
lo único que le quedaba por hacer. Contemplar cómo todo seguía rotando y
girando.
En una habitación, en su habitación, ella, María, la
muchacha de ojos miel, contempló lo infinito del planeta tierra, y el poder de
las estrellas la elevó hasta dejarla inconsciente y lúcida al mismo tiempo,
titilando en la magia de la atemporalidad, el encantamiento del sueño.
(UNAEstreLLa)
"¿Qué sería el amor sino un aprendizaje?" Pues no lo sé, ni así...
ResponderEliminarEl amor, la vida misma.... aprendizajes...
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